El texto que transcribiré al final es un extracto de la pregunta sin respuesta efectuada por el periodista de la revista de información general “La Raposa y el Grillo”, hecha a la conclusión de la conferencia que dictaron al alimón los dos expresidentes del gobierno d. José María Rebuz del Monasterio y don Felipe Morro Morro, el día 26 de agosto del año en curso, en el aula magna de la Universidad Complutense Independiente Serenísima Majestad Rey Fernando VII el de la Picota. Lo traigo hoy aquí a colación, a este medio de comunicación de masas, por el interés humano absolutamente actual que tiene una tragedia consumada y no porque el anodino contenido de la conferencia y la sarta de preguntas previamente preparadas en el horno, hubiesen producido una admiración general entre los miles de personas humanas y divinas, más de trescientos mil asistentes cuentan las crónicas, que escucharon embelesados la sarta de consejos, reflexiones, genuflexiones, jaculatorias, aspavientos y suspiritos de monja, vertidos sobre la situación de España y resto de Madrid en las dos horas soporíferas que duró la velada.
Una vez que los dos ilustres ponentes (tal vez las gallinas ya no lo sean a partir de aquel día) hubiesen desembuchado las consideraciones que llevaban dentro y se hubiesen esponjado las plumas con elegante suficiencia, el moderador y antiguo presentador de programas del tiempo, climatológico y del otro, del de llover, don Rodolfo Dedo Máster, de la Radiotelevisión Catatónica, abrió paso al tan esperado turno de preguntas. Por fin pudieron verter, expeler o lanzar al éter sus inquisiciones, exclusivamente y en exclusiva, los miembros de la prensa acreditada ante la Santa Sede de los dos Papas, el de la Roma roma y el de Aviñón del Voltio, otrora excomulgado y hoy rehabilitado en virtud de la doctrina Parot.
Una vez que le llegó el turno al supradicho periodista de “La Raposa y el Grillo” y hubo formulado su pregunta, se produjo entre los asistentes un momento de agitación febril que dio paso, de forma inmediata, a un tumulto (que no cubriría ningún seguro, ni aun el consorcio de compensación), producto del cual volaron y sobrevolaron el Aula Magna todo tipo de objetos, desde carpetas con los cantos de acero y zapatos ortopédicos herrados, hasta adoquines barrocos y pupitres arrancados de cuajo de sus estribos, tal era el furor y la indignación de la turbamulta. De dónde salieron los machetes y los punzones que se enarbolaron en algunas manos tal vez no se sepa nunca. La seguridad privada de la facultad de Ciencias Políticas, titular del Aula Magna y encargada de velar por la paz en el evento, no pudo sospechar con antelación el desenlace fatal de los acontecimientos y no había tomado la precaución de cachear a los asistentes al acto. Todos los intentos, por parte del moderador, de apaciguar los ánimos desencadenados por la canalla contra el malhadado periodista, fueron infructuosos, y el pobre hombre fue linchado en toda su extensión de la palabra. Horas más tarde sus restos mortales sobrantes fueron entregados a la familia por las fuerzas de seguridad del estado que, cuando por fin hicieron acto de presencia, no pudieron hacer nada más que certificar el fallecimiento del desgraciado, después de haber logrado sustraer el resto del cuerpo de las fauces de la multitud que, a aquellas horas ya lo había despedazado completamente. La ira de los fieles hinchas, las barras bravas de los dos grandes partidos nacionales, era harto conocida, pero nunca hasta aquel día habían dado muestras de tanta ferocidad primordial y de tanta saña vernácula. “Cuando alguien ataca a nuestro líder es como si atacase a nuestra abuela sagrada” ha dicho el secretario general de la Sección Roja del Sindicato Hético afín a una de las dos organizaciones; “Todos deploramos el derramamiento gratuito de sangre pero también es verdad que hay gente que lo busca por la mano” ha dicho el portavoz en el Congreso de los Diputados del otro grupo de seguidores acérrimos subvencionados.
Pero vayamos sin más dilación a la pregunta hecha por el difunto jornalero y juzguen ustedes si la reacción del público asistente, jaleada por los dos conferenciantes con frases tales como “¡ahí ahí, que es donde más duele!” o “¡córtenle la lengua, para que no vuelva nunca más a insultar a nadie!”, fue suficiente para haber provocado el infausto y luctuoso resultado que se produjo:
-“…Teófilo Mascuero, de la revista de información general “La Raposa y el Grillo”…mi pregunta es la siguiente y va dirigida a los dos: ¿qué opinión les merecería a ambos el hecho de que dos pederastas, convictos y confesos, se dedicasen a dar conferencias por todas las salas de este país, sobre moralidad, comportamiento privado intachable, la rectitud ética y la honradez que deberían practicar el resto de los españoles que no fuesen ellos?”
Lo dicho, juzguen ustedes y, por favor, intenten ser objetivos ; y, si son creyentes, eleven una oración al cielo por el eterno descanso de nuestro colega Teófilo que a estas horas andará haciendo crónicas parlamentarias en el Paraíso blanco y negro de los periodistas. Descansa en paz, amigo.