A primera hora del domingo. Son las ocho de la mañana. Llega ella, Rosa, para abrir la ventana de su kiosko. Como todos los días del año, a excepción de los dos en que no hay diarios. Con más de 65 años. Toda una vida vendiendo revistas y periódicos, repartiéndolos su marido por bares cercanos y demás encargos. Pese al descenso de ventas, los gastos no son menores, son más altos todavía, porque algunos imbéciles que no saben de qué va ganarse la vida honradamente ponen cada día más normas, obligaciones e impuestos mayores, desde el gobierno. Ver a Rosa me tira del genio pensando en las mil y una que cada día levantan su persiana con el único fin de sobrevivir y no cerrarla definitivamente. No sé porque al autónomo, que curra como ningún otro trabajador, no se le cubre un salario mínimo para el caso de que no lleguen a ingresar líquido el salario mínimo interprofesional. Será que no protestan, será que el imbécil es más imbécil todavía.
El ascensor que están haciendo en Xoan de Novoa para la movilidad de los vecinos de Cruz Alta me pareció bien. Lo vi por primera vez al pasar el otro día cerca de él. No sé quién lo puede discutir, bueno, sí, los que discuten aún las pasarelas mecánicas de la calle Concordia, concurridas como nunca estuve esta calle en toda su existencia. Pero aquí se trata de quitar la piel al rival político de forma tan natural como le cae la piel al eucalipto del Miño.
¿Y qué tendrá que ver este helicóptero con Mónaco y Ourense? Pues muy sencillo, lleva a Mon Devane desde Niza hasta la capital monegasca donde va a pintar un par de lienzos invitado por una Fundación del Príncipe. Que Mon esté invitado a este festival, junto con otros once artistas de todo el mundo (otro español más, la gallega Luce Goce) que ceden las obras que hacen in situ para subastar con fines sociales, es algo que nos enorgullece a los que seguimos a Mon y a muchos convecinos de Ourense. Mucho talento reconocido.