Sé que a alguno le podré caer pesado al recordar continuamente a este hombre que conocí desde el primer día de mi vida, pues me tocó en suerte ser hijo suyo. Con todo mi respeto a cualquiera que me pueda leer, en este caso me importa un comino caerle como un quintal, incluso como tonelada, pues bien merece este hombre este recuerdo. Lo hago, además, porque es 22 de mayo, día de su óbito, en el que tuve la suerte de estar a su lado y verlo salir por “la puerta abierta” que diría el estoico Epicteto. Ahora que pronto me jubilaré tengo pensado escribir mucho de esta vida que me tocó vivir, y en ella el capítulo de Manuel Conde Corbal deberá ser uno de los más amplios y ricos, pues a un padre es fácil quererlo pero además admirarlo es ya más difícil, y yo a mi padre también lo admiré por múltiples razones, de compromiso social, profesionalidad, bonhomía y generosidad, amor al prójimo y a sí mismo, entrega a su familia y a los amigos, valentía y un etcétera verdadero que amplía su virtud y mérito. Después de treinta y cinco años de no tenerlo en casa, la casa no es la misma, desde luego, pero contiene un halo a cada metro que nos emociona cada día, máxime al ver a mi querida madre casada con su ausencia; es como si el dolor de su falta fuera atemperado por la gracia de haberlo tenido. Pues nada, que tenía que recordarlo para no bajar la guardia del mundo del afecto, lo que más importa, aunque a veces pensemos que estupideces del tipo del poder y la fama son las que nos pueden hacer felices, siendo en la pirámide de Epicuro las últimas y menos consistentes. Padre mío, no te olvido. Besazo.
Nota.- Tenía la duda de cual de estas dos fotografías para acompañar estas líneas. Al final cogí la última fotografía que tenemos de él, noviembre de 1987, solo cinco meses antes de morir, junto a mi madre, su gran compañera en la vida, pues no en vano tenían 17 y 16 años cuando comenzaron a salir. La otra, la pongo aquí porque fue en el verano anterior cuando hizo una gira por las playas donde veraneaban sus nietos para irse despidiendo de todos ellos, aquí con mis hijos en Playa América, ya que sabía bien de su pronta muerte por el cáncer que se metió en su cuerpo.