Que Serrat se despidiese de los escenarios para el resto de su vida hizo que el concierto del viernes fuese único e “irrepetible”, obviamente. El gran artista catalán, que curiosamente canta también en español y no resulta el radical que resultan otros, ejerció de imán político para los que quieren estar siempre donde luce mas el sol, será porque ellos son agujeros negros. Por ejemplo, imán para el presidente del gobierno que tiene la caradura de coger el Falcon para acudir con su señora esposa al concierto. Que a partir de del uno de enero perdamos los ciudadanos la bonificación estatal del gasoil/gasolina porque el plan de choque de esta medida, a criterio del gobierno, haya finiquitado, no quiere decir que para él, el todopoderoso, el consumo de gasolina vaya a ser ningún problema, quemando energía por los aires a cuenta de sus súbditos por la razón personal que sea, cual la de ir a escuchar a Serrat. Aunque se lo hubiera pedido personalmente Serrat, que asistiese, cosa que dudo porque no me parece sea su tipo el presidente, lo normal de un gobernante democrático sería coger un AVE o puente aéreo, por supuesto junto a su mujercita y los escoltas pertinentes, y dejar aparte cualquier paranoia de creerse el ombligo del Orden Mundial por el que esté amenazado por una conspiración extraterrestre o algo similar. El ego de este hombre sacude cualquier limite de moderación y sensatez, y lo que resulta preocupante es la cohorte de seguidores que no ven esta megalomanía patológica. Pobre Serrat, tener que escuchar pitos y abucheos en su última actuación, aunque no estuvieran dedicados a él sino al señor Sánchez precisamente, pero cuánto mejor solo hubiera habido los aplausos que el artista merece.
Con motivo de Serrat
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