La gilipollez
La gilipollez acampó en el Museo del Prado, sección Goya, donde cuelgan las dos ‘majas’: vestida y desnuda. Tardaba en manifestarse por aquí la gansada con la que una minoría de ‘lolailos’ climáticos ha puesto en jaque a las pinacotecas europeas. La casuística es sencilla: acceden a las salas, se echan Super Glue 3 en las manos (la publicidad del pegamento extrafuerte corre de mi cuenta), echan la zarpa sobre el marco de la pieza escogida o en el cristal de seguridad que protege la tela y berrean consignitas exigiendo conciencia al mundo mientras alguien graba con el móvil la enjabonada ‘performance’.
Si esto es todo lo que pueden hacer algunos humanos para concienciar estamos jodidos. A las activistas que irrumpieron en el Prado del arte les importa la publicidad que sale de amenazar algunas obras. La estrategia de darse a conocer rompiendo cosas es mala. Pero saben que juegan con una verdad a favor: el arte lo aguanta todo. También a los bobos que rondan alrededor con cualquier pretexto. Si al menos tuviesen la excusa demente de estar agraviadas por la belleza, como aquel loquito que amartilló ‘La piedad’ de Miguel Ángel aullando “soy Jesucristo y he regresado de la muerte”… Pero les falta la gracia de conocer la historia del arte, del accionismo, del desacato, del desafío. Y la gracia del riesgo verdadero también les falta.
El Museo del Prado es un privilegio, un regalo, un patrimonio, pasado y el futuro bien temperados. También es un espejo donde estamos todos. Jugar a dañarlo es una estupidez reaccionaria y no resuelve nada. Jugar a ser los arcángeles blasfemos del único lugar auténticamente sagrado de Madrid delata un ramalazo oligofrénico. Los activistas admirables se arriesgan y se la juegan contra los buques terribles que transportan veneno, contra las plataformas petrolíferas que arrasan los fondos marinos, contra las empresas monumentales que mercadean y machacan los recursos. Lo de ahora es un toreo de salón, un taconeo de nenes tarambanas ante la mayor emergencia del siglo XXI.
Dice mucho de esta peña el que al entrar en un espacio como el del Prado no se queden extasiados ante algunas piezas y cambien su berrea por el deslumbramiento, hurgando en la historia, reconociendo todo lo que cabe dentro. En un lugar así están los sueños, las aspiraciones, los fracasos y las conquistas de cientos de generaciones a lo ancho de decenas de siglos. ¿Por qué atacar eso? Tantas mujeres y hombres se dejaron la piel por preservar esta herencia caudalosa, y la defendieron de incendios, de robos, de pillajes, de bombas, de censores, de puritanos, de autoritarios, de idiotas. Y ahí continúa, como ardor de lo que la especie tampoco ha podido destruir. El activismo de miles de seres anónimos ha hecho que este legado llegue intacto hasta hoy. Eso es lo que vale. Lo otro es un mal escabeche oportunista para hacerse sitio en el telediario. El inconveniente de ciertas causas nobles es el coeficiente intelectual de algunos que las defienden. Un tiempo apasionante, sí.