Hoy, festivo, día de todos los santos, ABC publica este artículo de JOSÉ RIVELA RIVELA, cercano profesor a sus alumnos de Arte, aunque hayan dejado de serlo por mor de su jubilación. Es cercano y patafísico, indomable y toca huevos con quien se cree que solo puede romperlos ellos. Aquí, en la fotografía que subimos acompañando este artículo, con el director de cine …
El escritor resucita
VOY a su encuentro. Para llegar al cementerio paso al lado de la Iglesia y encuentro tres tumbas. De pie y concentrado en algo se encuentra el escritor. Me dice: «Los que se encuentran aquí tumbados son mi padre, mi madre y mi hermano». En sus escritos no tiene consideración con los gustos y deseos de quien lo lee. Siempre sierra la rama sobre la que se asienta y cuando cae siempre lo hace en un lugar incómodo.
Vamos caminando por España. En un bar el escritor habla con los parroquianos. Discuten sobre la independencia de algunos pueblos. Cuando salimos está enfadado: «Los que defienden ser independientes están mal de la cabeza», me dice. Seguimos el paseo y no para de hablar, me mira fijamente y me suelta: aprecio todo lo que guarda silencio. Sin embargo no para de mover la sin hueso. Llegamos a la catedral y ahí está un hombrecillo que se llama Agüero, un jerarca del clero, que en la conversación es favorable a las declaraciones de Irene Montero, que defiende la pederastia con el consentimiento de los niños. El escritor vocifera y fuera de sí se lanza: ¿cómo puede defender la Iglesia a una chiflada con chalet? Vámonos, tal como está el patio me pongo enfermo, busco refugio en los clásicos, sobre todo en los que no consiguieron hallar su lugar en la sociedad, en quienes fracasaron y acabaron hundiéndose.
Andando derecho sacudió la cabeza y apartó el aire con los brazos (hace falta aire, aire, aire y nada más): «No te preocupes, tranquilo, me hablaba usted ayer de pies y ojos, pues todavía los tengo, nadie me los ha arrancado. Estoy viendo y escuchando cosas que si no se ven no se creen, es algo increíble, ocupan tu casa, se quedan ahí tan panchos y tienes que apoquinar lo que gastan. Esto acabará mal. Porque lo que os estoy contando es verdad ¿no?».
Sigue andando, hablando, gesticulando: suenan mensajes de móviles alrededor tic tic, tic, tic, tic, tic y por uno de los altavoces móviles se oye la voz de un senador del PP: …todos, todas y todes… Ahora el escritor grita: «¿Quién autoriza a este gaznápiro a patear el español?».
Continúa caminando y hablando consigo mismo. Este genio expresa con gran precisión lo que sucede en España, dice: «En breve los participantes en la última guerra civil serán desenterrados, pues hay que dejar espacio para los muertos de la próxima». De repente canta: «Él es un segador llamado muerte/tiene la autoridad del señor Dios…».
Bajamos despacio la escalera que lleva a la iglesia y al cementerio. Son las primeras horas de la tarde de un día caluroso; España parece muerta. Sólo a lo lejos se oye el ladrido de un perro; por alguna parte circula un autobús. De pronto llegan dos coches desde el Este, un Mercedes y un Porche. ¿Qué buscan aquí? ¿Tal vez la tumba de un genio? ¿Se pararán? No, pasan de largo frente a la iglesia. Son coches hermosos y veloces.