Yo lo siento mucho, pero no me sale otro calificativo que el que designa al que carece de vergüenza cuando hace el egipcio, o sea, pone la mano para recibir prebenda. Lo siento porque es penoso para el ciudadano normal ser representado por estos políticos senatoriales que muchos ignoramos a qué dedican su tiempo durante toda una legislatura. Sabemos, porque ya nos indignó otrora, de sus privilegiadas manutenciones dentro del Congreso, esas comidas más económicas que en el bar de Pepe, o de Manolo, o de cualquiera que sirve menús a los de la obra de enfrente. De verdad que no tengo ni idea de su cometido más allá de ser puestos para colocar a gentes de los partidos. Ahora nos enteramos del millón y medio de euros que se han comido, bebido, viajado y gastado del erario público, y nos entran unas ganas de coger la fregona, con la que hemos limpiado el bar a última hora de la noche en la que siquiera nos cruzamos con un gato, por ejemplo, y restregársela por su cara para que huela el curro verdadero. Es una salvajada de dinero para dietas con un país en semi quiebra, hecho unos zorros, por mucho que nadie hable de ella, que existir existe. Después los parvos, porque hay que ser parvos para no darse cuenta de que la gente se cansa y opta por políticos disruptivos, aunque solo sea en apariencia, se rasgan las vestiduras porque viene la franca derecha, esa que no se oculta en el perfil de la social democracia cristiana, porque para cristianos, ellos. Hoy ganó la Meloni, o la que porta buenos melones, y mañana ganará el Abascal u otro compañero de la reacción contra la nefasta acción que acumulan los gobiernos de alternancia que solo parecen ponerse de acuerdo en recibir dietes, cada vez mayores y más sabrosas. Caras, que sois unos caraduras de carallo, ¡devolver la pasta!, y a bañarse al Jarama.
Los sinvergüenzas del Senado
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Moncho
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