Este título del libro último de Boadella ya sugiere lo que nos espera en las líneas escritas de 26 páginas que para mí fueron un refresco de la sequía mental que padecemos, por mor de un pensamiento teóricamente progre pero que resulta de lo más reaccionario. Porque el pensamiento actual imperante, promovido desde la escuela por unos políticos mediocres que diseñan los valores a su antojo despreciando algunos tradicionales simplemente por el mero hecho de ser anteriores y no ser modernos, pues anda metido en un viaje infantil con chupetes de libertad, creatividad, solidaridad y un sinfín de ocurrencias mal interpretadas y peor gestionadas que no parece conducirnos a un cuerpo social sano. Así se agradece que algún tipo como el escritor haga de buen nutricionista, a fin de cambiar algunos hábitos insanos. Albert Boadella en “Jovven, no me cabree”, nos relata su visión sobre la política, la belleza y la modernidad. Y reflexiona sobre cómo el progresismo ha puesto en jaque a una generación a la que le ha venido dada la comodidad frente al esfuerzo, la cancelación frente la crítica y la posmodernidad frente a la ilustración. El final es extraordinario, pues en cinco páginas, capítulo Cinco minutos después, nos pone delante la menor libertad personal que tenemos, el vasallaje del gremio artístico hacia quien aporta los medios, el Estado, que se apropiado de la cultura como una competencia del Estado, que deberían ejercer su función protectora en lo que consideran patrimonio pero no sobre los contemporáneos que están realizando sus obras. Las artes parten de una necesidad íntima y personal. Son una acción privada que busca transmitir la propia intimidad a lo público y las manos bajo las cuales se transmite esta intimidad son decisivas; Paul Durand-Ruel con los impresionistas; Lorenzo de Médicis con sus artistas patrocinados, mecenas o empresarios apasionados entusiastas de lo que promocionaban y vendían.
En fin, libro interesantísimo del transgresor que no para, que lo seguirá siendo mientras los que presumen de serlo, transgresores, simplemente son retrógrados con ínfulas de poder.