No acabo de entender las críticas a Feijóo por su falta de apoyo explícito a la manifestación del domingo en Barcelona. Como si una in-ter-par-la-men-ta-ria del Pp fuera cualquier cosa y no una cita firme y obligada de la agenda política europea. Y como si Feijóo no se estuviera comportando como otro dirigente cualquiera del Pp, empezando por aquel Aznar que asintió ante las multas por hablar y escribir en español de la ley catalana de Política Lingüística. El Pp, como el Psoe, siempre ha formado parte del consenso catalanista, esto que dicen, la lengua ni tocarla, advertencia lógica cuando se deposita el ser esperanzado de la nación en un acento más o menos cerrado del castellano. Desde Alejo Vidal-Quadras a Cayetana Álvarez de Toledo la historia indica, por lo demás, el destino que espera a los que se sitúen fuera del citado consenso.
Pero así como Aznar o Rajoy disimulaban su participación en el consenso -con Aznar el disimulo fue de tal perfección y calibre que el catalanismo lo considera su bestia negra- Feijóo quiere exhibirla, probablemente porque es un catalanista gallego a la manera como don José Montilla era un catalanista andaluz. Y la exhibición le obliga a teorizar. En la cumbre interparlamentaria, y ante la expectación general -se cortaba el aire-, el gallego describió su proyecto: “La cordialidad lingüística en todas las comunidades autónomas que tienen el privilegio de ostentar dos lenguas: la común y la de la comunidad”. Esta es una definición perfecta del consenso. Primero, el privilegio, tópico para dummies. Cualquier cabezón sabe que un territorio con dos lenguas oficiales es una desgracia para la inteligencia, para la economía y para la salud mental. Algo a lo que uno se resigna, pero en modo alguno ostenta. Luego, la jerarquía: la lengua común, pche, koiné, y, resplandeciendo singularísima, la propia. El centro de la discusión política española sobre las lenguas parte de esta última distinción negligente. El catalán y el gallego son lenguas propias de Cataluña y Galicia como el español es lengua propia de Cataluña y Galicia. El ser lengua propia de Cataluña y de Galicia y de los otros dominios donde jamás se ponía el sol es justamente lo que le concede el carácter de lengua común que, por cierto, ni tienen ni tendrán el catalán o el gallego. Y esta es toda la cordialidad lingüística a la que puede aspirar Feijóo si es que no ha confundido -lo que reconozco que estaría lingüísticamente fundado- la cordialidad con la melopea.