Woody Allen habla vía Zoom recostado en un sofá y debajo de una nutrida estantería de libros como si nada hubiera pasado. Ni su autobiografía de descargo contra Mia Farrow de hace dos años, ni el documental de HBO que recuperaba una a una las acusaciones de su ex de 2021. Ni siquiera la pandemia.
El cineasta nacido como Allan Stewart Konigsberg (Nueva York, 1935) regresa a las librerías de la mano de un viejo conocido. Como las célebres y a su modo clásicas colecciones de ensayos (casuals en inglés) Sin plumas o Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, la nueva Gravedad cero (Alianza), a la venta el próximo 27 de septiembre, recopila texto antiguos publicados en The New Yorker, añade otros nuevos e insiste en darle vueltas a asuntos tales como la religión, el sexo, las ambiciones de un escritor novel, las fobias de una vaca, los problemas de reformar una casa en Manhattan, la muerte y el peligro de las orgías. Woody Allen como siempre.
- ¿Qué tiene un libro que no tenga una película? De otro modo, ¿publica un libro porque no le dejan hacer una nueva película?
- En realidad, no sé muy bien qué soy: si escritor o cineasta. O nada. He escrito toda mi vida y he acabado por hacer casi 50 películas. He escrito películas, he escrito colecciones de cuentos que han acabado convertidas en libros, he escrito hasta en el barro… Diré, eso sí, que disfruto más escribiendo que haciendo películas. Cuando escribo no tengo que salir de casa. Se está más cómodo escribiendo que discutiendo con gente en un set de rodaje, aunque seas tú el que manda.
- ¿Lo de Gravedad cero es una declaración de intenciones, una forma de borrar lo pasado o el modo de quitarse responsabilidad?
- Es una buena descripción de lo que hay, nada más. Nada de lo que escribo es demasiado profundo ni serio. Pretenden ser historias agradables y divertidas. Son piezas casuales.
- Uno de los libros más serios y conspicuos de la historia de la literatura es una comedia, además divina. ¿Por qué cuesta tanto reconocer que la comedia es una asunto serio?
- Creo que la pregunta está dirigida a la persona equivocada. Habla usted con un gran fanático del drama. Escribo comedia, pero lo que me gusta de verdad es la tragedia. No se crea a los que van por ahí hablando de la importancia de la comedia. Si escribes comedia tienes que ser muy consciente de su irrelevancia. Y yo lo soy. Es cierto que no todo el mundo puede escribir comedia, pero eso no la hace mejor, sino más escasa.
- El último relato de su libro es una comedia, sí, pero muy triste. Y si echamos la vista a tras, Annie Hall, por ejemplo, es una comedia tan seria que hasta mereció un Oscar.
- Sí, le puedo dar la razón en parte. Hay comedias de aspecto más serio, pero nunca me atrevería a comparar Annie Hall con Rey Lear, Hamlet, Macbeth o Muerte de un viajante. No estoy a la altura.
- Su libro se puede considerar una continuación, con muchos menos psiquiatras de por medio, de sus libros de los 70. ¿Cómo diría que ha cambiado su forma de afrontar un relato durante todas estas décadas?
- Quizá esa pregunta debería hacérsela yo a usted. Jamás analizo lo que hago. Empecé a escribir de joven para ganarme la vida. Y fue al ponerme delante de la mesa cuando descubrí que estaba capacitado a hacerlo y que, quizá, tenía talento para ello. Pero no me puse a escribir porque tuviera algo importantísimo que contar a los demás. No, simplemente me siento y escribo sin ponerme a pensar en ello. Y es curioso porque lo primero que se me ocurre casi siempre es algo divertido. Rara vez se me viene a la cabeza una historia triste. Bueno, sí, una vez escribí Match Point, que era un drama.