Donde vivo en verano, Playa América, no más de un mes como es lógico en quien regenta un espacio como elcercano, delante del balcón del apartamento tenemos una casa que nos tapa la vista de frente desde siempre. Cuando compramos este pequeño lujo habitacional que nos permitiera pisar este arenal magnífico que es Playa América, lo hicimos porque menos por el frente, sí a los lados, contemplamos dos vistas increíbles, a nuestra izquierda la villa de Bayona, a nuestra derecha Panxón, pero sobre todo porque pasmábamos con la puesta de sol que cada tarde contemplábamos hacia la derecha driblando esa casa de enfrente. Pero hete ahí que los vecinos del bajo de enfrente tienen un pequeño terreno y se pusieron a plantar arboles, y éstos en lugar de hacerse amigos hoy se han convertido en feroces enemigos que cada año nos matan más el horizonte. Es como si construyeran delante de nuestras narices aunque lo maquillara con un jardín vertical, cual si pones una hermosa pintura en la ventana quitándote el majestuoso cuadro del mar y el sol a los que nada iguala. Árboles que quitan el bosque.
Pues parecido es lo que está pasando con los incendios de verano que nos asolan el alma, la vida y los montes. Nos ponen delante, cual mis vecinos, un señor Climático que nos quita la vista de la pérfida y malvada intencionalidad humana que malamente se persigue y que si no se reconoce peor se perseguirá. Si equivocamos el diagnóstico peor curación podremos procurar al mal. Y nadie niega que las condiciones climáticas puedan ser peores, pero esto no disculpa la profunda dejadez política de atacar con prevención lo que después pagan con medios de salvación. Diez focos distintos para arder Verín, nos dicen, y seguro habrá la respuesta gubernamental que el señor Climático se está vengando de nuestra falta de respeto hacia él. Si se pusieran a trabajar como es debido los políticos en resolver problemas enquistados y que tanto daño hacen en lugar de disputas y políticas de favores entre amigos como si se tratara de un ¡sálvese el que pueda!, quizás tendríamos margen para la esperanza de un mundo mejor, pero mucho me temo que con estos mimbres podridos no hay Dios que haga un buen cesto, ni siquiera cesto.