Querer acabar con la prostitución es tan difícil como querer acabar con el apetito sexual de cierta fauna. El más antiguo oficio del mundo, Magdalena que te crio, y aquí aspirando a prohibir a ciertas personas ejercer lo que voluntariamente quieren hacer. Que hay que perseguir a todo aquello que se mueve en torno a prácticas de explotación y trata de blancas, negras o amarillas, está tan claro como que debieran aplicarse a hacer pagar cantidades de dinero que sean más contundentes que el bromuro para el internado bachiller, empinado todo el día. Prohibir lo peor que surge en el comercio de la prostitución está claro, a por ellos, pero querer abolir absolutamente la forma de vida de muchas personas que optan libremente a ganarse la vida aliviando la de otros, es de necios, porque la clandestinidad gravará el servicio, en todos los aspectos. Los que fuimos a putas alguna vez, de pequeños, sabemos quien montaba a quien, o sea, quien mandaba, y para nada había violencia por parte del pequeño que se derramaba en las escaleras; los que fuimos alguna vez a putas ya de universitarios, aunque mucho menos ya porque había universitarias que nos acompañaban en esta pasión con un desahogo mutuo, sabíamos también que había que juntar varias noches sin cenar para matar el hambre sexual del mes. Algo normal, donde nadie pensaba en que ella fuera puta sino todo lo contrario, molaba pensar que habíamos enamorado a la mujer que teníamos entre brazos con los toques seminales ad hoc. Cómo no recordar el Riscal, a donde acudíamos de jóvenes a espiar a las muchachas universitarias e hijas de papá de provincia que ofrecían su cuerpo a ricachones con ganas de restaurante de lujo y postre fino, para así poder comprar más ropa de marca y estatus capitalino. Lo que se debería, desde mi punto de vista, es legalizar una prostitución tutelada suficientemente para barrer la mayor mierda que pulula a su alrededor, los chulos o proxenetas, los prostíbulos de carretera con jóvenes presas de una promesa que nunca acaban de pagar de todo para que siga lucrándose el hijo de puta que trafica con ellas. Debería legalizarse por la higiene y salud pública que supondría contar con sus respectivos controles médico sanitarios, y también ¡cómo no! por la cotización de algunas que están forradas hasta las tetas. De los clientes, si la cosa es legal, libertad, porque un empalmado impenitente que no descarga no nos puede extrañar que se le crucen los cables en alguna ocasión y ahí surja lo que menos queremos, violación y demás fórmulas de violencia sexual que hay que tratar de erradicar.
- Sección: Noticias
- Publicado el 9 junio 2022
- Por Moncho
De prostitución
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Moncho
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