PAOLO LEPRI entrevista para EL MUNDO a Javier Marías sobre el momento actual donde también no deja de opinar sobre los intelectuales puestos al servicio de un interés político particular. La foto es de Antonio Heredia, también en EL MUNDO, aunque aquí le quitamos el color, simplemente porque nos gustan los grises.
Javier Marías siempre ha condenado a Vladimir Putin, sin fascinación romántica, sin atenuantes y sin indulgencias, señalando sus fechorías al timón de la Rusia («una tremenda no democracia») en las columnas reunidas ahora en el volumen ¿Será buena persona el cocinero? (Alfaguara). «El mal es muy simple», explica Marías, contestando el teléfono desde su silenciosa casa con vistas al ruidoso casco antiguo de Madrid.
La trama de su último libro de ficción, Tomás Nevinson, está impulsada por un «dilema moral»: ¿es legítimo matar para «evitar un mal peor»? En la novela, Marías menciona el caso de Friedrich Reck-Malleczewen, un hombre católico y conservador que conoció al futuro Führer en 1932 en un restaurante de Munich, cuando no lo acompañaba ningún guardaespaldas. Si hubiera sabido que el infierno estaba a punto de llegar a Europa tras la invasión nazi de Polonia, escribió después aquel hombre, seguramente lo habría golpeado.
- ¿Asesinar a Putin sería un acto legítimo?
- Me imagino que si pasara no mucha gente se entristecería.
- Pero Putin vive. ¿Qué idea se ha hecho, a la luz actual, del hombre que invadió Ucrania?
- Lo he observado mucho a lo largo de los años. Puedes ver que es un fanfarrón. Un matón. El problema es que cuando un fanfarrón da un paso como este es imposible que retroceda. Si no tiene éxito en sus planes, sería terrible para él, así que sigue adelante a toda costa. Ganará, tarde o temprano, porque la diferencia entre las fuerzas de combate es inmensa y porque no puede permitirse otra cosa que no sea el éxito. En este sentido, no creo que se puedan hacer concesiones ni esperar ningún compromiso de Rusia.
- ¿Tiene interés como villano?
- No, no demasiado. No comparto el interés de nuestra época por los personajes malvados. O quizá este interés haya estado siempre en la historia, pero en las últimas décadas se ha exagerado. Me parece que el mal tiene un prestigio que no comparto. No estoy diciendo que un personaje malvado no pueda ser inteligente. De hecho, no creo que Putin sea estúpido, al contrario, parece ser una persona astuta. Pero al final, el mal es muy simple. La bondad es mucho más compleja. O, si no es la bondad, sus contradicciones. En el caso del presidente ruso, la maldad es solo un deseo de control y dominación. Hemos visto en los últimos años su forma de gobernar: envenenando, encarcelando y eliminando a todos los que le molestaban. Rusia es un país sin libertad. Putin cambió la Constitución para permanecer en el poder para siempre.