Sus piedras bien. Alfonso, a Dios gracias, también. Fui a buscarme la vida, esa parte de la misma que me falta en Ourense, a pesar que desde ayer ya nos comentaron que todo es fetén, que el futuro es nuestro. Hice mis visitas protocolarias de trabajo y me paseé por las viejas calles empedradas, estrechas y solitarias, bajando Oleiros, hasta llegar a un punto de repostaje donde un vino normal y una caña mas normal todavía, nos sacaron cinco euros y veinte céntimos, por tarifa de ciudad turística. Esto de hacer las ciudades para los turistas es una trampa auténtica para los lugareños, pues los precios se instalan de tal manera al alza que se deja de consumir a diario, o se consume menos, y existe total dependencia de que no baje ese turismo que sostiene las torres en pie de las iglesias. Por cierto, ¡qué hermosas iglesias!, y que conste que no llegamos a la Catedral. Un pastel que me compró Alfonso porque es tan tradicional de la panadería que los hace, enfrente de Historia, que el forastero -yo algo lo soy en Santiago- no puede o debe dejarlo fuera de su recuerdo. Nos volvimos a San Lázaro a comer a La Bodeguilla, ese jamón con pan tomata, que me recuerdo los tiempos militares de servicio en Barcelona, queso del país y unas croquetas que quitan el hipo de lo buenas que están. En la mesa de al lado, Antón Losada, y como soy gran trabajador para elcercano estuve a punto de saludarlo para intentar traerlo algún día a charlar en nuestro espacio, pero la cara de mala leche me indicó como más bien inoportuna la acción. Volví sobre mis pasos al acabar de merendarnos este sabroso almuerzo, y nos despedimos en el aparcamiento al lado del Hotel Puerta del Camino, donde ilumina su fachada un gran mural de Mon. Pocos peregrinos y calles solitarias, hasta cierto punto un placer para un día. Y no llovió.
Hoy me fui a Santiago
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