El 17 de septiembre de 2017 fue dada a conocer en todos los medios de comunicación local de la Ciudad de Orense, y en buena parte de los del resto del país, la noticia de que un indigente, mientras se procuraba su menú diario buscando en un contenedor de basura, notó algo, de inusual tamaño, envuelto en una manta. Al revolver en su interior se encontró con la sorpresa de que se trataba de un niño recién nacido que todavía mantenía el cordón umbilical adherido a su vientre. Estaba vivo y gracias a su intervención, a la de la propietaria de una cafetería cercana y, por supuesto, a la de los servicios sanitarios del hospital más cercano, todavía lo está mientras se escriben estas líneas.
Según los registros oficiales, en España se producen una media diaria de 275 interrupciones voluntarias del embarazo, utilizando el eufemismo que hoy en día se emplea para la palabra ‘aborto’. Ninguno de los que se produjeron ese mismo día 17 de septiembre recibió ninguna clase de atención.
El 15 de noviembre del mismo año, menos de dos meses después, gracias a la colaboración vecinal, extraordinariamente eficaz en este caso, la policía detuvo a la madre del niño, de 29 años y vecina de un barrio cercano al contenedor en donde fue encontrado. El barrio es sobradamente conocido por ser en donde se pueden obtener la mayoría de los estupefacientes ilegales consumidos en la Ciudad. Como era de esperar, la joven procedía de una familia desestructurada, como la mayoría de las que habitan la zona, que se dedicaban al tráfico de drogas a pequeña escala, consumían alcohol en abundancia y cometían pequeños robos. Ella reprodujo las experiencias de su infancia y, como consecuencia, tuvo una vida similar. Ya contaba con tres hijos de una pareja anterior y el encontrado en el contenedor procedía de una nueva que afirmaba que no se había enterado del embarazo de su mujer. Ninguno de los dos tenía un empleo convencional. Entre las circunstancias que se supieron más tarde sobre la vida cotidiana de su hogar, fue muy comentado el hecho de que el niño mayor de la anterior relación, de ocho años de edad, fuera quien se encargaba habitualmente de la mayoría de las tareas domésticas. La denuncia se produjo por una llamada anónima a la policía que no perdió el tiempo y puso a la joven a disposición judicial, ordenando el juez su inmediato ingreso en prisión. Sorprende la contundencia de la justicia en este caso cuando actúa de forma tan condescendiente en otros. En el juicio, que se celebró en diciembre de 2018, la mujer representada por un abogado de oficio, reconoció el delito y, los quince años solicitados inicialmente por la fiscalía, se convirtieron en diez gracias a este hecho.
La eliminación deliberada de una vida en el seno materno, desde el punto de vista de la religión cristiana, huelga decir que se considera absolutamente inaceptable e incumple el quinto mandamiento de la Ley de Dios: no mataras. Y, además, desde un punto de vista puramente secular, que no tenga en cuenta los preceptos y la tradición de la doctrina judeo-cristiana o de la mayoría de las religiones, quitar la vida a un ser humano es igualmente ilícito. En el ámbito civil de todas las sociedades y culturas el homicidio es considerado contrario a las normas de convivencia y es castigado severamente por las leyes. En las sociedades occidentales modernas, para evitar hablar de homicidio o asesinato en los casos de abortos provocados, se intenta argumentar que el ser humano que todavía no ha nacido no cumple todas las condiciones para ser considerado una persona. Y, gracias a este artificio, se elaboran diferentes normas y leyes para regular la interrupción voluntaria del embarazo y conceder a las mujeres la capacidad de tomar, más o menos libremente, esta difícil decisión. En la práctica totalidad de los países occidentales que regulan la práctica del aborto se hacen distinciones entre los diferentes momentos de la evolución del embrión o feto para permitirlo, o no, en base a determinados supuestos. Significa que, en realidad, los partidarios del aborto saben que lo que están propugnando no es completamente lícito porque si lo fuera ¿por qué no permitir el aborto libre en cualquier momento del embarazo? La contestación es obvia, porque saben que están eliminando vidas de seres humanos reales a pesar de querer ocultarlo mediante subterfugios.
La legislación actual que regula la interrupción voluntaria del embarazo en España no difiere demasiado de las que existen en la mayoría de los países occidentales desde hace décadas. Es absolutamente libre hasta la semana catorce de embarazo. Antes de la semana ventidós se puede realizar cuando existe algún riesgo para la madre o posibilidades de malformaciones en el nonato. También se puede interrumpir artificialmente el embarazo después de la semana ventidós cuando existan probabilidades de malformaciones fetales incompatibles con la vida o haya riesgo para la salud, tanto física como psíquica, de la gestante. Durante los últimos quince años los abortos inducidos en España se han situado siempre alrededor de los 100.000 cada año.
La cuestión del aborto, su regulación desde el poder establecido y las propuestas de los diferentes partidos políticos, han evolucionado en nuestro país de forma dramática en muy pocos años. Hasta hace no demasiado tiempo, todos los partidos políticos españoles considerados como conservadores contaban entre sus filas con muchos dirigentes, afiliados y simpatizantes que eran abiertamente contrarios a la, mayor o menor, liberalización o despenalización del aborto. Además, la opinión publica estaba bastante dividida y existía una parte importante que se oponía francamente a su legalización. Pero poco a poco, en realidad no tan poco a poco, este tipo de organizaciones políticas han ido expulsando de sus órganos de decisión y de las comisiones que elaboran los programas de gobierno a los que podían influir en el sentido contrario al mayoritariamente dominante en nuestra sociedad es decir, el favorecimiento de la liberalización del aborto. Es evidente que este cambio de posición se debe a que, en la actualidad, la gran mayoría de la sociedad acepta el aborto provocado como algo completamente normal. Ahora mismo, a ningún cargo político conservador se le ocurre hacer consideraciones morales sobre ello. Si lo hacen, son eliminados expeditivamente con la mayor rapidez posible. La última vez que escuché a algún político hacer algún comentario al respecto, fue al máximo responsable de un partido de derechas afirmando que el aborto no era conveniente porque reducía el número de nacimientos y, por lo tanto, ¿quién iba a pagar las pensiones del futuro? Es difícil encontrar una declaración más desafortunada y despreciable, además de absurda, que rebaja al ser humano a la categoría de mero esclavo cuya única función seria trabajar para el gran aparato del estado, con el fin de generar riqueza para que se cumpliesen las promesas de unos políticos obsesionados con el poder y que no presentan el menor indicio de que sus mediocres pensamientos estén orientados al interés general.
Como en muchos de los problemas sociales importantes de nuestros tiempos, se puede dividir a la sociedad que los afronta en dos grupos: los que elaboran las normas y leyes y los que influyen de forma importante en la opinión pública, por un lado, y el resto de la población que, generalmente, no hace demasiadas cábalas sobre la información que reciben y aceptan lo que leen en su periódico, ven en su cadena de televisión, escuchan en su emisora de radio o apoya su político preferido, por otro. En otras palabras, y como diría el pensador más clarividente de nuestros tiempos, Theodore Dalrymple, ‘los mandarines y las masas’. No se puede esperar de este último grupo que analice los problemas por ellos mismos; el esfuerzo critico no está de moda, ni a la gente le han sido concedidas las herramientas mentales para ejercerlo; décadas de abandono de la enseñanza por parte de los gobiernos, a quienes les favorece enormemente disponer de una masa acrítica para poder dogmatizar y manipular a su antojo, lo han logrado de una forma eficacísima. Del primer grupo tampoco se puede esperar demasiado pero intentan argumentar mínimamente su discurso. Muchos de estos políticos y supuestos intelectuales, más de los que se pueda creer inicialmente, en realidad, apoyan el aborto porque no creen en absoluto en el ser humano ni en el sagrado hálito vital que le ha sido dado. En realidad, no creen en nada. Para ellos la vida no tiene ningún sentido y viven en un marasmo nihilista tan profundo que es difícil entender cómo se pueden animar siquiera a tener sus propios y escasos hijos para que reproduzcan la misma existencia que a ellos tan poco les agrada.
Afirman que el aborto libre o, en su caso, regulado, supone un derecho, una necesidad y una liberación para la mujer y, para justificarlo, esgrimen argumentos científicos que, con un somero análisis, se caen por su propio peso. El principal es que la vida que permiten eliminar no es, en realidad, un ser humano o una persona sino otra cosa distinta. Aquí empiezan los problemas porque no es fácil encontrar una denominación apropiada que sea creíble ni siquiera para sus más acérrimos partidarios. Como es obvio que pertenece al reino animal y que procede de la unión de un hombre y una mujer solo podrían calificarlo como ser humano por lo que, con la interrupción voluntaria del embarazo, estarían eliminando a uno de sus congéneres y, por lo tanto, sería un homicidio. Para sortear esta imprevista dificultad, acuden a eufemismos y utilizan diferentes denominaciones como ‘ser vivo no perteneciente a ninguna especie’, ‘preembrión’, ‘conjunto de tejidos’ y otros todavía más rebuscados como, por ejemplo, ‘residuo orgánico’. Se intenta soslayar lo obvio es decir, que es un ser humano que únicamente hay que dejarlo estar para que se desarrolle correctamente hasta su nacimiento.
Los argumentos tienen que plasmarse en las leyes que regulan el aborto y, en ellas, se establecen plazos absolutamente arbitrarios que determinan cuando se puede o no se puede abortar en función de una serie de condiciones. ¿Por qué se puede interrumpir libremente un embarazo de 13 semanas y seis días y no se puede hacer con 14 semanas y un día? ¿Qué cambia en el ‘conjunto de tejidos’ que la madre tiene en su abdomen para que se pueda eliminar un día y no se pueda el siguiente? Las respuestas racionales no existen porque no hay nada que justifique unas medidas tan arbitrarias. Lo que llevan las madres embarazadas en su interior no es en un momento dado una cosa indefinible y, súbitamente, una persona completa; este planteamiento es completamente irracional.
Son todavía peores, además de crueles, los argumentos que se utilizan para justificar las interrupciones entre la semana 14 y 22. Durante este periodo temporal, para que este permitido practicar el aborto, es necesario un diagnóstico que asegure que el feto tiene algún riesgo de sufrir malformaciones. La palabra clave es ‘riesgo’. No se establece que tiene que tener una malformación sino ‘riesgo’ de tenerla. Actualmente, existen métodos no invasivos que consisten en una simple extracción de sangre y posterior analítica para comprobar una serie de marcadores sanguíneos que determinan el riesgo de que el feto tenga algunas malformaciones. Los especialistas disponen de unas tablas en las que incluyen los resultados de estas analíticas, y otras variables, para determinar la probabilidad, supuestamente exacta, de que aparezca la malformación. La terrible crueldad de este método estriba en que, tras el estudio descrito, informan a la madre de la probabilidad detectada de que su hijo pueda tener alguna malformación que puede ser, por ejemplo, de uno sobre 46, como recientemente le dijeron a la hija de una buena amiga mía que llevaba años intentando quedarse embarazada y que, por fin, lo consiguió. Según los criterios que aparecen en las tablas que manejan los especialistas, la probabilidad de uno sobre 46 se considera elevada y, por lo tanto, recomiendan a la embarazada que aborte obviando el hecho de que, si lo hiciese, eliminaría 45 opciones de que el niño naciese ‘normal’. Es decir, que, incluso moviéndonos en los inmorales criterios de que únicamente tiene derecho a nacer un niño ‘normal’, eliminamos 45 niños ‘normales’ para evitar la probabilidad de que nazca uno ‘anormal’. Es como si los nazis, en su plan de exterminio de los judíos, supiesen que uno de ellos vivía en un barrio de Varsovia determinado y, en vez de enviar a la Gestapo para detenerlo, lo arrasasen para estar seguros de eliminarlo, aunque en la acción también exterminasen a otros muchos. Algunas madres que reciben esta información tienen cierto nivel de formación y, por supuesto, un natural amor incondicional al hijo que llevan dentro y se resisten a abortar aunque, obviamente, viven un calvario horrible de incertidumbre hasta que nace su hijo, casi siempre ‘normal’. Pero la gran mayoría sin formación, ni espíritu crítico y que se ven abrumadas por el gigantesco griterío de todos los colectivos feministas, activistas por los derechos de la mujer y otros, no dudan en abortar eliminando un niño que tenía 45 posibilidades sobre 46 de ser ‘normal’. A la hija de mi amiga, cuando le hicieron la revisión de la semana 22, le advirtieron que, si no abortaba de modo inmediato, después ya no lo podría hacer, incrementando todavía más la inquietud de la pobre chica. Cuando felizmente tuvo una niña perfectamente sana, fue a presentársela a uno de los ginecólogos que le recomendaron abortar. Creo que se debería generalizar este comportamiento para hacer patente el daño que hacen determinadas actuaciones por muy respaldadas que estén por los protocolos de la especialidad. Supongo que también sería buena idea, para el conocimiento general aunque no, evidentemente, para las madres que deciden abortar, examinar a los fetos eliminados para comprobar si, en efecto, tenían alguna malformación o no.
Con relación al anterior argumento hay que tener en cuenta que estamos tratando de demostrar lo ilógico del mismo aunque, simplemente, el hecho de eliminar a un feto que tenga algún tipo de malformación no deja de ser inmoral en sí mismo. ¿Qué es lo que nos autoriza a suponer que un niño que nazca con alguna malformación, en algunos casos leve, no pueda tener una vida tan digna como cualquier otro? La deriva de este razonamiento nos puede conducir a políticas muy cercanas a las utilizadas por los nazis para mejorar la raza eliminando a todos aquellos que pudiesen transmitir genes ‘impuros’ o ‘imperfectos’. Produce terror pensar quienes serían los que decidirían los que son puros y perfectos y que, por lo tanto, merecerían procrear o, incluso, nacer.
Los partidarios del aborto no cesan en su búsqueda de encontrar algo sustancial que diferencie lo que sea que se aborta de una persona completa. Se inventan acontecimientos en el transcurso del desarrollo fetal que establecen el límite, siempre artificialmente, entre lo que definen como persona y lo que no lo es. Algunos hablan del momento de la implantación del cigoto en el seno materno, otros de cuando el feto ya es viable biológicamente hablando, otros del propio nacimiento. Lo cierto es que no existe ningún hecho concreto que establezca el limite antes del cual no estamos hablando de un ser humano. El desarrollo fetal es un continuo que constituye una persona completa desde su mismo inicio. Pero entre todos esos límites establecidos artificialmente, hay uno especialmente hiriente y absurdo. Se trata del que afirma que el feto solo es una persona cuando puede ser viable fuera del seno materno. Este límite, como sabe cualquiera que este mínimamente familiarizado con el tema, no deja de retroceder. Los avances técnicos y científicos permiten que, actualmente, sean viables niños de poco más de 20 semanas cuando hace pocos años era inimaginable. Por lo tanto, se consideraría que un feto de 26 semanas que, hace diez años no era una persona por no ser viable fuera del útero de su madre, hoy en día si lo es. Llevando este malévolo argumento casi hasta el límite también podríamos decidir que somos personas cuando empezamos a andar, a hablar o a ser completamente conscientes de nuestros actos; antes de ello nuestros padres podrían decidir prescindir de nosotros si, por algún motivo, no les agradásemos lo suficiente.
Estos fabricantes de argumentos que mantienen que lo blanco es negro y lo negro blanco, pueden saber perfectamente, si se toman la molestia de informarse, que el feto ya tiene cerebro el día 18 de gestación, que su corazón late con 21 y que su código genético y, por consiguiente, sus características personales específicas, son únicas e irrepetibles. Esto ya debería de ser suficiente para que todo el mundo, que no esté poseído por la mala fe, entienda que estamos ante un ser humano completo que solo tiene que evolucionar unos meses para que podamos tenerlo en nuestros brazos. Por mucho que algunos legisladores, políticos, científicos y especialistas se empeñen, una norma publicada en un boletín oficial no puede establecer a partir de qué momento una persona existe como tal. Estamos hablando de algo transcendente y sagrado y es ridículo y grotesco que se quiera regular mediante una ley. Y, para los que afirman absurdamente que solo a partir del nacimiento somos personas y nunca antes, solo tenemos que releer el principio de este escrito para comprobar que la pobre delincuente que dejó a su hijo en el contenedor, según la justicia intentó asesinar a una persona y acabó en prisión mientras que, si hubiese abortado el día anterior, según algunos de los supuestos que la ley establece, habría, en este caso con éxito, eliminado a un ‘conjunto de tejidos’ y estaría libre. No merece más comentarios. Pretenden regular todos los aspectos de nuestra vida con normas y decretos; hasta el hecho de ser humanos o no depende de una ley caprichosa y arbitraria.
El tercer supuesto de la ley en el que se basan algunos de los abortos que se producen es decir, peligro para la salud física o psíquica de la madre, puede llegar a ser extremadamente flexible. Simplemente contando con un informe facultativo de un profesional que sea partidario del aborto se puede interrumpir el embarazo hasta, incluso, el día anterior del parto. Siendo todos los abortos verdaderamente dramáticos y espantosos hay un grupo de ellos, los posteriores a la semana 26, en los que, en muchas ocasiones, los niños (porque ya no se trata de fetos) nacen vivos y hasta lloran. Ante esta escena de película de terror, se podría pensar que los sanitarios tendrían algún procedimiento para deshacerse de ellos. Pero la realidad es que, simplemente, en la mayoría de los casos, los dejan morir sobre una mesa del quirófano para después, en ocasiones, venderlos para utilizar sus cuerpos en proyectos de investigación. Solo imaginarlo resulta insoportable. Y después nos encontramos con que algunos de los partidarios utilizan el repulsivo argumento de que los fetos, o niños, no sienten dolor y que, por lo tanto, no nos debe preocupar lo que les suceda. Los impíos que se atreven a mantenerlo no cabe duda de que nunca tuvieron la oportunidad de hacerle una entrevista al pobre feto abortado con el fin de comprobar este extremo porque, por si no lo saben, cuando se encuentran felizmente en el seno materno no suelen concederlas y, cuando ya están muertos, mucho menos. Las escenas horribles, que vemos frecuentemente en televisión, de las guerras en las que se ven involucrados niños, son eso, horribles, pero eso mismo podríamos ver todos los días en cualquier servicio de ginecología y obstetricia de cualquier hospital español o de cualquier otro país.
Es verdaderamente paradójico como, por un lado, alegan que hay que eliminar a las personas ancianas o enfermos incurables para que no sufran y, por otro, hay que eliminar a los nonatos porque no sufren. Son, simplemente, enemigos de la vida.
En realidad, lo que verdaderamente importa es cada caso particular y, en este sentido, no existe ninguna duda de que prácticamente ninguna madre quiere deshacerse del hijo que lleva dentro. No se puede obviar la responsabilidad de la madre en la decisión que toma pero tampoco podemos olvidar la enorme presión de todo tipo que las mujeres reciben para abortar. Cuando una mujer tiene dudas sobre la conveniencia de tener un hijo, con los medios de comunicación, los diferentes grupos de presión y su propio ginecólogo animándola a abortar, es difícil resistirse. Gracias a Dios que el instinto maternal todavía sobrevive y, a veces, prevalece, pero la presión sigue siendo insoportable. Los daños psicológicos, según multitud de estudios completamente fiables, que afectan a un gran porcentaje de las mujeres que abortan, son enormes porque al final se trata de su hijo y las razones que les dan para abortar son baladíes comparadas con el hecho de renunciar a ser madres. Si el gigantesco aparato que promueve el aborto emplease todos sus esfuerzos en apoyar a la madre y a su futuro hijo, no cabe ninguna duda de que el número de abortos seria infinitamente menor.
Sorprende extraordinariamente que la hecatombe que ocurre todas las semanas en los quirófanos de nuestros hospitales no tenga prácticamente repercusión en los medios de comunicación ni en la opinión pública. Me temo que el motivo es obvio: los nonatos ni votan ni se manifiestan.