La siniestra juventud tiene que explotar por algún lado y no solo se han acabado las guerras, sino también el servicio militar
Los gobiernos europeos son relativamente tolerantes con esta violencia. Tal vez haya detrás una cierta resignación biológica y cultural. La siniestra juventud tiene que explotar por algún lado y no solo se han acabado las guerras, sino también el servicio militar. De ahí que las revueltas callejeras les salgan baratas a los participantes. Siempre se puede perder un ojo o un testículo cuando uno lanza piedras, hierro o fuego contra la Policía. Pero el riesgo cero sería como jugar al póker con botones y no serviría al propósito testosterónico.
El caso español es algo diferente. Aquí los disturbios son convocados y celebrados desde la vicepresidencia del Gobierno, con lo que el particular caso catalán se extiende en otra variante: autoridades y matones actúan al unísono. Y en cuanto a los catalanes, precisamente, se da la novedad de que una próxima reforma de los reglamentos impedirá a un policía defenderse excepto si ya está muerto. Aunque se trata, debo puntualizar, de una reforma escrupulosamente democrática, dado lo que acaban de votar los ciudadanos de esa ejemplar provincia.
Las diferencias, sin embargo, no afectan a lo esencial. También en España se trata de jóvenes dispuestos a cumplir el sagrado mandato de su edad, que es la edad de la fricción. La autoridad debe examinar a cada momento cuál debe ser el precio a pagar por ese cumplimiento generacional. Y, sobre todo, la autoridad –incluida la periodística– debe abstenerse de procurar sentido alguno a la violencia. Así con Hasél. Que debe seguir siendo, en forma y fondo, un anacoluto con patas.