Hoy vemos fotos antiguas de nuestras playas y se nos cae la baba de gusto. Ya no digo si las que vemos son de la playa cuando veraneamos echando los dientes, con juncos a la espalda de la arena en lugar de asfalto y edificios que roban la sensación de vivir libre en plena naturaleza. Pero, la especulación en la construcción y el turismo, dos dientes del tenedor que nos trincó para siempre el mejor bocado paisajístico y de relación del hombre con el medio, nos han perforado el estómago. Y no hay arreglo, pues lo que la Naturaleza ha hecho a lo largo de siglos, y que nosotros le hemos quitado con un aquí te pillo aquí te quito, no lo volvemos a crear en varias generaciones que se lo propusieran. El amigo de la Sota, hijo del célebre arquitecto D. Alejandro, fotógrafo y sensible, un día me traspasó con su hondo lamento por no poder recorrer nada de costa gallega sin que la vista no alcance alguna construcción en su mirada; como buena alma gallega se vino de Madrid a vivir a Pontevedra, en principio porque ahora ya anda en algún lugar lo más recóndito posible al lado del mar para no ver esa desfeita del territorio; espero y deseo lo logre, y cualquier día me auto invitaré a disfrutarlo con él y creerlo.
Pues estamos en éstas, ya superado en teoría ese impulso feísta que nos invadió en época pretérita, y que refleja maravillosamente Eloy Lozano en un documental titulado “Negra Sombra”, cuando nos encontramos aquí, a la vuelta de la esquina de nuestra provincia, en la Ribeira Sacra, donde la Humanidad quiere hacer Patrimonio, con una idea negra, negra, negra y que arroja sombra, sombra y sombra sobre la luminosidad del espacio protegido que rodea al templo milenario de San Pedro de Rocas, porque, según leemos en diversas informaciones, quieren talar 83 árboles para construir una carretera para el tráfico de grandes autocares.
Pero ¿para qué grandes autocares? Ya hemos visto con el coronavirus el coscorrón económico que le dio al país sustentar nuestra economía en este sector de servicios. No repitamos fallos por pensar que todo arreglo de bienestar pasa por el turismo, que ojalá sea muchísimo pero de manera ordenada y sin molestar el hábitat natural, sin pasar como Átila por sus conquistas. Desde aquí hacemos un ruego a las instituciones implicadas para que reflexionen sobre este planteamiento erróneo de facilitar el transporte de turistas a base de talar parte de su atractivo. La savia de los árboles proponen que los macros sean micros y así sorteamos las diferencias surgidas entre paisaje y belleza con economía y fealdad.