Pues sí, hoy solo te puedo decir adiós, ya no cabe mi despedida habitual de cada día durante estos últimos meses, la de ‘hasta mañana’ o ‘hasta el lunes’; ahora solo hay “adiós”, rotundo, cruel, contundente, vacío como el no ser, frío como la muerte, adiós muy humano al mismo tiempo. Te has ido para siempre amigo mío, amigo tan íntimo como antiguo, confidente fiel, compañero de aquellos años vividos extremadamente en libertad e ilusión sin freno, donde soñamos que era casi posible conseguir que nuestro mundo no tuviera muerte, riña ni nada que fuera amargura para la vida. Sí, claro, éramos jóvenes. Muy jóvenes, con toda la vida por delante, la que parece no vaya a pasar nunca, con la lejanía de la muerte que da una especial vida plena de osadía, alegría y fuerza, hasta que pasa lo que ya vino para ti, el fin, aquí. Un fin que en parte también es para mí, porque ese montón de tiempo convivido y pasado hace años muere en gran parte contigo. Porque ya no es posible que lo volvamos a traer juntos, recordarlo a dúo, retenerlo entre ambos, discutirlo si fue cierto, fumado o inventado, o si ya estaba traducido con las faltas de memoria pertinente. Me quedan, al menos, algunas fotografías donde tú estás, conmigo, también con Paloma, qué bien lo pasábamos los tres en una época como la mejor que yo recuerde, aquella en que no nos detenía casi nada en la búsqueda de una salida a cualquier problema, en la entrada de una aventura nueva. Me queda por ejemplo esta fotografía donde estamos los tres en Barra de Miño, en Ourense, apoyados en el capó de un Dos Caballos liándonos la manta a la cabeza, y algo más, un día especial para mí por razones íntimas, donde tú generalmente estabas casi siempre. Cuántas relevantes anécdotas podría contar que constatan tu diferencia, por arriba, sobrevolando mediocridades e indecencias. Subías demasiado como para que te vieran los que llevan siempre la mirada hacia abajo, pendientes de pisar tierra aunque esté enlozada o sea de barro.
Te fuiste sin dejarme una última y consciente despedida, aunque, es verdad, día a día desde hace semanas cualquiera cotidiana sentía que podía ser la definitiva, sobre todo al final, cuando tus párpados caían de fatiga mientras mi pesada voz te arrullaba; en esos momentos, mientras te ibas a dar una vuelta por el sueño, te miraba entretejiendo tus dedos con las patillas de las gafas cual objeto al que te vi unido en esta antesala del adiós definitivo, y observaba como la noche eterna envolvía tu vida, lenta pero progresiva e inexorablemente. Delirabas. Sin susto. Sin miedo. Eras consciente de que tu delirio lo provocaba la morfina prescrita médicamente. Te has ido amigo que tanto me diste, que tanto me regalaste con tu ejemplo de dignidad humana a dolor de cáncer hasta los huesos. A veces me conmovían por dentro, por fuera yo era el sano y aparentemente debía ser fuerte, tus ojos húmedos de emoción al pensar en el dolor de tu ausencia para tu compañera y amor, siempre anteponiéndola a ti mismo y tu sufrimiento físico; ¡apoyarla!, tu única petición. Amigo Carlos, dejas un espacio en mi alma y ánimo difícil de llenar, un vacío de genio inteligente y altura de miras que da vértigo siquiera asomarse a él. En verdad tu personalidad imponente no daba margen al descuido, exigiendo lo mismo que siempre estuviste dispuesto a dar, la vida incluso si fuera menester en alguna ocasión extrema. No templabas muchas gaitas sociales, no te gustaba su sonido, sin embargo, cuando paseábamos en los últimos tiempos, me dejaba boquiabierto comprobar la relación humana que mantenías con mucha gente, anónima para mí, que se interesaban sinceramente por tu vida y salud. Eras demasiado grande para una vida común, siempre viviendo al margen de lo público, haciendo Titular a cinco columnas tu Bonhomía, apostando por el bien por encima de otro interés, cual maestro enseñando a sus discípulos el arte de vivir con armonía, la que no tenían cuando llegaban por primera vez a ti. Con vocación, paciencia, la compañía cómplice de su amada, ayudaste a muchos jóvenes que hoy lloran en soledad tu partida. Carlos, querido Carlos, ¿con quien podré hablar como lo hacía contigo?; sin duda, con nadie, con ninguno, contigo se ha muerto tal posibilidad. Espérame allá donde estés y me cuentas, y te seguiré contando. De momento, descansa en paz.