¿Cuánto cuesta un café, por favor?, pregunta una de las tres niñas que se han sentado alrededor de una mesa del Café acercándose tímidamente a la barra. Pues 1,10€. ¡Ah, muy bien!, me da entonces un café por favor. ¿Tus amigas querrán tomar algo?, le pregunto para no forzar ninguna violencia de tanto respeto y educación por culpa de una escasez de dinero. No lo sé, contesta la jovencita. Me acerco a la mesa de sus amigas y les pregunto a ambas si desean tomar algo; una me dice que no dándome las gracias y la otra pide un agua, pero en eso llega la amiga y le dice que el dinero que tiene le alcanza para café. Se ilumina su cara, sonríe y entonces pide una café con leche. Con sus cafés ya sobre la mesa se las ve contentas de estar en un Café. Puede que sea la primera vez que entran en uno sin compañía de sus padres. Podría ser. El caso es que pagan con 1,20€ cada una y les dejamos dos platillos con la vuelta de 0,10€.
Este mismo día, por la mañana a primera hora, llegaron cinco personas, ejecutivas por su aspecto y alguna venida de fuera, que sin casi dar los buenos días se dirigen a una de las últimas mesas de la parte pública del café. Antes siquiera de sentarse preguntan si no hay más luz. Les enciendo un flexo pero observan a través de la librería que tenemos una sala al fondo que da al patio interior, y entonces me preguntan si es posible que pudieran pasar a esa sala. Sí pero dado que es parte privada para los cercanos les advierto que a las 11 de la mañana deberán dejarla libre porque hay mindfulnes. De acuerdo. Pasan los cinco ejecutivos, piden una consumición cada uno y despliegan planos y documentación sobre la mesa larga de este salón. Después de las once pasan a ocupar una mesa ya dentro del café y mueven sillas y mesa para su comodidad sin importarles el poco espacio que dejaban para el resto de los clientes. Ni una mueca, ni una palabra de consulta, parecían estar acostumbrados a ser jefes y que la gente esté a su servicio. Cerca de la una del mediodía solicitan que les pidamos un taxi y Paloma les da el número y que lo pidan ellos. Salen después de haber tomado elcercano como si fuera su oficina tras tres horas sin tomar ninguna otra consumición sin dar los buenos días, ni por supuesto las gracias, cual si el mundo estuviera a sus pies, sin enterarse de lo que vale un peine. Ejecutivos del dinero que no saben ejecutar ni una sonrisa ni una palabra de cortesía.
Pues cuento esta última anécdota para que se vea el contraste con la primera, porque el platillo de la foto con dos monedas de 10 céntimos y la nota tan agradecida la dejaron las niñas que no tenían ningún otro céntimo más en el bolsillo, mientras los gilipollas que las habían precedido ni las gracias dejaron al servicio. Son los contrastes de los que habla incluso la Biblia: Del santo Evangelio según san Lucas 21, 1-4: En aquel tiempo, alzando Jesús la mirada, vio a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas, y dijo: De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir.