Han pasado 50 años desde que Juan Marsé (Barcelona, 1933) publicara Últimas tardes con Teresa, la novela que lo situó como uno de los más destacados narradores de la literatura castellana. Delicias se llamaba el bar por el que se dejaba caer el ya convertido en clásico Pijoaparte, y Delicias se llama también el cine donde se consuma el crimen sobre el que pivota su último libro, Esa puta tan distinguida (Lumen). En él Marsé reflexiona acerca de los trampantojos que nos tiende esa habitación a media luz que es siempre la memoria.
-El asesinato que narra Esa puta tan distinguida se asemeja al de Carmen Broto, que ya aparecía en Si te dicen que caí.
-Sí, pero no tienen nada que ver el uno con el otro, pese a que les di la misma fecha: el 11 de enero de 1959. El crimen de Carmen Broto -que fue real- pesa tanto en todo lo que he hecho, que no hay manera de desprenderme de él. Ocurrió cuando yo tenía 16 años, a 50 metros de mi casa. Yo mismo vi el coche ensangrentado esa mañana y, años después, conocí al asesino.
-Lo cual guarda paralelismo con esta última novela, en la que el protagonista se entrevista con Fermín Sicart, el asesino de un crimen cometido 23 años atrás.
-Efectivamente, aunque por razones distintas. En realidad, Esa puta tan distinguida nace de una imagen de Jesús Navarro -el asesino real de Carmen Broto-, cuando, años después, vino a verme a mi casa. Era tal y como lo describo en esta última novela: de aire siniestro, envuelto en una gabardina y con gafas oscuras. Esa imagen fue el germen de esta novela y empecé a escribir lo que pensaba que podría ser un relato no muy largo acerca de un viejo asesino.
-Asesino que evoca con minuciosidad cómo acabó con la vida de la prostituta Carolina Bruil, pero que es incapaz de recordar el porqué. ¿La memoria está siempre llena de imprecisiones?
-Por supuesto. No sé por qué decidí escribir sobre la memoria -es algo que nunca se sabe, podría preguntarme incluso por qué escribo, y decir que no lo sé-. Pero sí, el tema nuclear de esta novela es la memoria o la desmemoria -histórica, individual, colectiva-, y es algo que tiene que ver con lo que está pasando en este país. Todavía no hemos aclarado muy bien qué hacer con nuestro pasado. Pero yo solo soy un narrador, no un sociólogo o especialista. ¿Sabes? No me gusta mucho hablar de mi trabajo. No me gusta manejar teorías, no me entretengo demasiado en desvelar qué es la novela, cómo se hace, qué significa. Yo escribo y punto.
-¿Es deliberado que esta novela, que reflexiona sobre la memoria, esté ambientada en 1982, época de la Transición española?
-Claro. La Transición fomentó la desmemoria colectiva porque al poder nunca le interesa que recordemos. Hay elementos muy reales en Esa puta tan distinguida, pero la historia es inventada. Y ya lo digo en el primer capítulo: la parte inventada es la que mejor explica mi biografía. Soy un fan de la ficción; me considero un escritor realista, pero valoro muchísimo lo inventado.
-La introduce usted como una novela sobre «la persistencia del deseo y las estrategias del olvido». ¿Deseo de qué?
-De felicidad, de placer, de plenitud, de éxito: al deseo en general, que forma parte de la condición humana, del gusto por vivir. Eso siempre choca con el poder y sus intereses. Pero aquí entramos en temas muy trascendentales, y a mí no me gusta eso demasiado. Yo trabajo con la intuición. El protagonista debe escribir un guion sobre el asesinato perpetrado por Sicart, pero sus deseos chocan con las imposiciones de la industria del cine.
-¿Refleja también el desencanto que usted sintió cada vez que llevaron al cine alguna de sus novelas?
-Escribir esta historia ha sido, principalmente, una manera de presentar lo que ha pasado en el cine español durante la dictadura e inmediatamente después, con la llegada del llamado «cine del destape» -tanto o más lamentable que el pésimo cine del franquismo-. Por otra parte, sí: nunca he ocultado el desdén que siento hacia las adaptaciones al cine de mis novelas. En general son películas fallidas, aunque si dices esto, se enfadan. Es una tontería, porque yo cedí los derechos para el guion, pero no mi opinión. No estoy decepcionado con ellas porque no hayan respetado el texto original, sino porque no son buenas películas. Todos los directores me decían: «No hay que tocar casi nada porque tus novelas son muy cinematográficas». Caían todos en el mismo error: no hay una «novela cinematográfica». Cine y literatura son dos lenguajes distintos.
-El protagonista de Esa puta tan distinguida se siente constantemente incómodo con el encargo que le hacen: una película ideológica, una crítica al franquismo. ¿Por qué?
-Porque el proyecto se está degradando, porque lo están convirtiendo en otra cosa de lo que inicialmente era. Así era el «cine del destape»: como en esa época ya había libertades y estábamos en una democracia, se intentó introducir en los filmes todo lo que había estado prohibido -por ejemplo, las cuestiones de orden sexual-. El resultado: películas absolutamente infumables. El protagonista de Esa puta tan distinguida se da cuenta de que, en vez de lo que le encargan, podría hacer una película interesante acerca de la desmemoria del asesino, un tema vinculado a lo ocurrido en el país. Esta es la ambición propia de cualquier artista: hacer algo que trascienda la pura anécdota y que se convierta en una metáfora de lo que estamos viviendo. Él se siente desencantado, lo cual es también una metáfora del trabajo del artista en relación con su entorno.
-Este 2016 se cumplen 50 años de la publicación de Últimas tardes con Teresa y Seix Barral acaba de lanzar una reedición que incluye el expediente de la censura que la novela hubo de pasar en 1965. Fue criticada por franquistas -que encontraron en ella escenas de contenido erótico-, pero también por antifranquistas.
-Sí. Hubo un sector del Partido Comunista -al que yo pertenecía desde 1961- que no estaba de acuerdo con lo que entendió como una crítica a los estudiantes universitarios en 1956. Pero yo no los criticaba a ellos, sino a los «señoritos de mierda», como los llamo en el libro. El protagonista de Últimas tardes?, el Pijoaparte, es un marginal, medio delincuente, emigrante andaluz, que tiene un lógico resentimiento contra la clase alta. Quizás ahí se produjo un cierto trasvase entre el personaje y yo mismo, y le otorgué a él una opinión que tenía yo.
-Medio siglo después, ¿cambiaría algo de Últimas tardes con Teresa?
-Siempre. Estaría corrigiendo eternamente.
1 comentario en “Sólo soy un narrador y punto (Juan Marsé) Entrevista realizada por Beatriz Pérez al escritor en La Voz de Galicia”
Bueno.. tampoco es para tomarselo tan a la tremenda..
A fin de cuentas, narrar es solo contar cositas..
Otra cosa.. es saberlas contar.. intensamente..