Imaginativo, apasionado, ácrata, viajero del mundo y gran entidad intelectual. El primero en colgar en el Museo de Arte Contemporáneo, y al que Picasso consideró autentico discípulo, el entronque del pintor nacido en posguerra y el genio republicano exiliado. Le conoció en un homenaje de pintores antifranquistas y sus dibujos le recordaron Galicia, La Coruña, el mar del Orzán, sus primeras palomas. Le conocí en la humildad, la misma de Buñuel, de Sequeiros, gente de acento profundo, modesta, sensible, de los que aprendo. Y habla de la dignidad de Picasso, director del Museo del Prado, en sus cosas, en su agua de Lozoya, en sus “porros”, en su grabado de Franco a lomos de un cerdo atacando al sol o a un pólipo cancerígeno “y he de durar más que ese cabrón”. Sus escapadas a París, las de un crápula, tramposo, putero que huía de las clases en Barcelona, viajes para conocer a gente como Sartre, Simone de Beauvoir, manteniéndose en comuna con la venta callejera de su obra o el trabajo como “extra” en el cine. Orson Welles y un corte de mangas mientras le observaba al pintar; Ives Montand cliente de su dibujo y por no rogarle una fotografía cursi; Coco Channel y un biombo al óleo con pájaros exóticos por doble precio, pues percibió elegancia en un roto en la trasera de su pantalón, ella, culta, sensible, discreta, la modista y no los “bandallos” de hoy (por el diseñador de ayer), que creen que hacer chaquetas es reencarnarse en Lord Byron, y en todo caso dice, en un “parvo”. París, París centro de la cultura que destila humanidad hasta en el snob, el exquisito, el vividor. Y se dice inventor de la “pateografía”, frescos de propaganda subversiva y para fijarla, pateo bajo una manta; vivencias con Sartorius, Montalbán, Mújica Herzog; tiempos de multicopistas, “las vietnamitas”; carteles de obreros “cabreados”, de empleados explotados, de mineros asturianos; visiones románticas contra el dictador; siglas clandestinas, Federación de Liberación Popular. Mediados de los cincuenta. Y su imagen de pintor chalado le permitió ejercer sin sospecha de correo clandestino y al servicio del exilio, que si las negruras de El Greco, que si el amarillo veneciano, argüía ante el inspector fronterizo, que hojeaba libros de Marx, de Engels, alijo de izquierdas, pasaporte con sellos soviéticos, “y que pase el excéntrico artista”. Y condescendencia en la “mili”, Ceuta, mi lema ni mandar, ni obedecer, enfermedades supuestas, seminarista disfrazado, murales atómicos sobre las sábanas del ejército, y suerte o padrino, reconoce, un pariente, el general Muinelo Quesada. Nadador de campeonato descalificado por blasfemo, belenista por tradición familiar, actor de cine por sacar para tabaco, viajero juvenil a cuenta del deporte falangista y del Movimiento. “Las Meninas de Velázquez”, mi cuadro. Y como pintor, Rembrandt. De mi vida, la infancia. Ourense, entre Madrid y París. Cervantes como escritor. Y el 14 de Julio, mi nacimiento. Ninguna hora del día. Como bebida un buen tinto. Y color, el amarillo. |