TRISTES OCURRENCIAS
Cuando era joven, o mejor dicho, cuando no era tan viejo, tenía compasión, condescendencia y, por que no confesarlo, admiración por las personas que gobernaban el Estado. Desde subsecretario hasta presidente del gobierno, pasando por diputados, -los senadores no, que ya veía yo, de aquellas, que los senadores solo sirven para calefactar escaños-, ministros, directores generales de la cosa pública, la república, me parecían gentes esforzadas, y hasta llegaron a producirme cierta ternura,